jueves, 19 de julio de 2018

Escritos musicales: concierto culminante de Iron Maiden en el colosal Estadio Wanda Metropolitano (14/07/18)




Valoración: matrícula de honor


   El refranero español logra captar y catapultar casi todas las sabidurías, las alegrías y las lecciones de la vida humana. Curioso cuanto menos que una de sus frases más sonadas, esa de "a la tercera va la vencida", casi nunca la he podido pronunciar a modo de festejo. Ésta es una de esas ocasiones en que sí, en que puedo y estoy orgulloso de decirlo, de haberlo vivido tan cerca y sentido tan profundamente: mi tercer concierto de Iron Maiden ha sido algo sublime que quedará en la memoria colectiva para siempre. 

   Sé que me repito más que el ajo últimamente, pero, de aproximadamente algo más de un centenar de conciertos de distinta naturaleza musical, que sólo catorce o quince alcancen la "matrícula de honor", la virtud de lo inolvidable, es algo prodigioso y no tan frecuente como pueda parecer. Lo del sábado 14 de Julio de 2018 ha sido así. Para mí y para miles de personas. Si hay alguna palabra dentro del ingente océano de la Lengua Castellana que justifique con precisión cartesiana y objetividad musical lo que ha sucedido esa es: histórico. 

   Histórico, señores. Ver, sentir, vivir y existir durante un intervalo mínimo de tiempo en un estadio tan grande y monumental como el Wanda Metropolitano colmado e incluso desbordado en la cercanía al escenario en que me encontraba por una banda de Metal en mi país, con su discutible cultura musical -y general-, es, cuanto menos, emocionante. Mi tercera vez con Iron Maiden y la mejor de todas. Sí: a la tercera va la vencida. 








      

   El primer concierto que vi de la legendaria banda fue en 2013 -en el Sonisphere de Rivas, en las afueras de Madrid- y el segundo en 2014 -en el asombroso Bilbao Exhibition Centre- y fueron  grandes conciertos, lo pasé bien o muy bien y sabía que eran, son y serán vacas sagradas, pero el sabor agridulce (en el primero, principalmente, debido al sonido, especialmente de las guitarras, como plástico débil para lo que es el Metal; y en el segundo, por la relativa lejanía y mi forma de disfrutar y entender un concierto: si no estás a unos metros escasos de los músicos, ves los gestos, los ojos, el rostro, los dedos, el sudor o el cuerpo en general, mejor un DVD cómodamente en tu casa) empañó y enturbió siempre mi visión de la probable banda más grande de Heavy Metal de todos los tiempos (¿hace falta decir eso de "con permiso de Metallica"? Ambas. Un puto empate. Dos conceptos distintos y prácticamente opuestos, antagónicos, de entender y crear Metal). 

   Cuando se anunció que Iron Maiden estrenaría musicalmente el recién construido estadio Wanda Meropolitano (vivo al lado del Calderón, y nunca quise que lo demoliesen, pero tras ésta experiencia en el nuevo y aguerrido estadio no hay color con el viejo coliseo de Madrid Río, por mucho cariño que le tenga uno por haber visto allí a AC/DC o a Paul McCartney), jamás pensé en ir. Mis experiencias en 2013 y 2014 con la Doncella no me habían llenado lo suficiente como para gastarme cien euros y no me sobraba ni me sobra el dinero para ir a todos los conciertos que quisiera, pero, hace cosa de un mes y medio y, debido, quizá, a mis resacas monumentales con los conciertazos de Helloween y Metallica (a finales de 2017 y principios de 2018 respectivamente), me veía sumergido de nuevo en esa obsesión por el Metal que creía ya cosa del pasado (¡menos mal que no!). La "probable banda más grande de Heavy Metal de todos los tiempos" (en palabras de Joakim Brodén, lider de Sabaton, o, por ejemplo, de Tobias Sammet, líder de Avantasia y Edguy), con los primeros junto a Gojira como teloneros, dos de los grupos más puntales del género en el siglo XXI, en el moderno y titánico coliseo rojiblanco. Era la ocasión perfecta. El momento perfecto.






   

   En los conciertos he conocido a muchas personas de esas que te hacen confiar un poquito más en nuestra especie. Es ahora cuando me doy cuenta hasta qué punto puede ser grande un ser humano, hasta qué punto tienen razón los extranjeros al decir que los españoles somos grandes personas, muy divertidos y acogedores; en mis años de instituto no conocí a gente tan extraordinaria. Cuando vi a Iron Maiden por segunda vez, en Bilbao, fui en autobús con una organización de conciertos de este género maravilloso e infravalorado por el público general y me tiré horas hablando con un andaluz de unos treinta y muchos que sigo considerando una de las personas más inteligentes que he conocido en mi vida. Así son los conciertos. Y, qué curioso: para la tercera, otro andaluz y además de un calibre humano que abarca desde la dimensión lúdica a la intelectual de una manera extraordinaria en todos sus puntos y que conocí en la fantástica cola del excelso concierto de Helloween en el Diciembre anterior (y que, como ustedes sabrán, fue la cita más concurrida y hercúlea de la gira, y, como buenos alemanes, Helloween no desaprovecharon la ocasión para inmortalizarlo en DVD; mi gran espina con lo que ha ocurrido en el Wanda Metropolitano...) y que ha hecho posible que considere la espera del ya inolvidable 14 de Julio de 2018, desde las diez de la mañana para coger buen sitio, como una de las mejores o la mejor espera pre-concierto que he vivido. Estoy hablando del inimitable Carlos Aliaño Hermoso. Una catedral humana, en el mejor de los sentidos. Y no le van a la zaga los demás compañeros de batalla campal, de sol a sol; gente entrañable con la que compartes un pedacito de vida y, por supuesto, esta gran pasión que es la música. Como dice el gran periodista musical de El País, Fernando Navarro, "la música te puede salvar la vida". No quiero olvidarme de nadie pero me veo en la obligación de citar a los que recuerdo: Javi (casi un milagro haber encontrado entre cincuenta mil personas a una persona tan extraordinaria como él, con quien comparto tantos gustos, aficiones, pasiones; es el amigo que siempre quise tener en Madrid y, algo así, no se puede decir todos los días. Espero y deseo que nuestra amistad crezca y se consolide), Tomeu (¡qué puedo decir de él! no recuerdo cuándo ni cómo le conocí, pero es un fan de los de verdad, joder, y me llena de ilusión que alguien como él haya leído mi humilde escrito y que haya disfrutado con él), José Mena (le conozco de hace varios años y es un tío genial, amigo de uno de mis grandes amigos y compañeros de conciertos, que, tristemente, no pudo venir: Jano), Nilo, Pedro Alberto (le conocí en persona la primera vez que vi a Maiden, en el Sonisphere 2013, y la foto que nos hicimos, junto a amigos suyos y uno mío, es mítica, una de las fotos que más me gustan y me provocan carcajadas de todas la que tengo), Miguel, Clara (también la conocí en el Sonisphere en 2013, y más adelante hablaré un poco más de ella) y, mención especial para otros andaluces de puta madre: Víctor y Gonzalo. 








   En mi historial como asistente devoto a conciertos, rara es la vez que me compro una camiseta oficial. Muy bonitas pero muy caras. He dicho una: aquí me compré dos. Nunca he cometido tal locura de gastarme setenta euros en dos camisetas, pero las vidrieras estampadas con las distintas y clásicas versiones de Eddie y la camiseta especial dedicada al día que tratamos entre manos, con un Wanda Metropolitano donde un Eddie disfrazado de nuestro inmortal Quijote cabalga, lanza en mano, eran imprescindibles de tener. Inmejorable recuerdo (DVD...ejem) para un inmejorable día. Parece que la camiseta del Quijote ha sido un rotundo éxito y se vendieron todas. 












   Se promocionaba o promovía o anunciaba o  presagiaba (o todo lo anterior al mismo tiempo) como una noche histórica para la música en éste país (con tantas y tan elevadas hazañas musicales como Joaquín Rodrigo, Manuel de Falla, Paco de Lucía, Pepe Romero, Camarón de la Isla, Héroes del Silencio, Triana, Medina Azahara y un largo etcétera de distinta esencia pero mismo corazón musical...) que, aunque en poco tiempo he tenido el privilegio y honor de presenciar los dos conciertos más grandes y masivos de las giras actuales de dos de mis grupos de Metal favoritos (Iron Maiden y Helloween) justamente en mi ciudad, Madrid, siento y tristemente sé que el Metal nunca ha estado bien visto por mucha gente, quizá porque requiera de una paciencia y atención comparables a las de otros géneros difíciles para el gran público (ése al que no le gusta la música y es más falso que un césped artificial, como dicen mis admirados Blogofenia), pero indudablemente superiores en calidad, técnica, complejidad o estructura. ¿Ejemplos? Daré el más rotundo, contundente y obvio: la música académica, denominada popularmente como clásica. Sin duda ninguna, la Música en mayúsculas. 

   Era la primera vez que Iron Maiden llenaba un estadio en éste país (y luego lo hacen artistas de dudosa calidad musical... ¡olé! ¡viva España!). El Wanda Metropolitano es tan flamante, reluciente, colosal y épico como creí que sería (incluso un extremo más allá el que ocultan las exageradas dimensiones de esta maravilla arquitectónica en la que espero ver de nuevo a Springsteen, a los Stones, a U2 o a Metallica... ¡y ojalá a Iron Maiden otra vez aquí!, y que no vuelvan a desaprovechar la ocasión de inmortalizar profesionalmente con cámaras de alta definición; el estadio y el público español lo merecen), pero, el sonido, tras el que finalmente fue el estreno musical en el estadio más moderno de Europa (con Bruno Mars), fue, según me dijeron, abominable. Si un artista "ligero" (y más en comparación con una de las mejores agrupaciones que ha dado la música popular como Iron Maiden) fracasaba tan estrepitosamente, los conciertos de Sabaton (que hacen una especie de Power Metal sueco, que nunca había visto y de los que me habían dicho, y no pocas veces, que eran buenísimos en directo), Gojira (Death Metal y también me habían hablado muy bien de ellos) y Iron Maiden (de quienes recuerdo por muchas cosas pero no precisamente por ser uno de esos conciertos de altura imposible de calificar y comprender) reducía hasta el infinito mis expectativas (en torno al sonido y la calidad del concierto), ya de por sí mermadas por mi experiencia en conciertos en un estadio, que, salvo excepción (U2) suele ser nefando (he de reconocer que AC/DC suenan muy fuerte y muy bien para lo que son, pero lejísimos de la perfección absoluta del sonido de U2). 

   Me equivoqué, afortunadamente. Al menos, en la cuarta o quinta fila en que me hallaba. Vamos a ver más de mis fotos antes de entrar, al fin, a desgranar la ceremonia:








































   Ahora, una sorpresita: voy a enlazar aquí todos y cada uno de los vídeos en 4K que hice el 14 de Julio de 2018. Me parece un poco injusto haber sido el probable único ser entre los más de cincuenta mil en grabar medio concierto en 4K y en cuarta o quinta fila y que haya otros vídeos, desde distintos ángulos, con miles de visitas más que los míos. Sé que canto muy mal. Que berreo como un vikingo poeseído, pero... ¿acaso eso importa teniendo en cuenta semejante documento visual? Eso sí: por razones que desconozco y que me tienen alterado y preocupadísimo, el sonido ha sido muy mal captado por mi móvil y se escucha un ruido continuo que no le hace justicia al sonido del que gocé a metro y medio del escenario. 




   Sabaton y Gojira merecen tener cabida en este humilde escrito. Ambos, en contraste con lo que me suele ocurrir con los teloneros de cualquier concierto, me encantaron. Sabaton son enormes, tienen unas tablas y una conexión hipnótica y altamente contagiosa, enérgica y vital (parece mentira que sean suecos). Sin duda se convertirán en uno de los grandes grupos cuando la "probable banda más grande de Heay Metal" triste pero inevitablemente ya no esté. El vacío será insuperable pero lo visto con Sabaton y, sobretodo, con Gojira, me hace tener fe. Salvo varios grupos (Behemoth, Death, Opeth, Insomnium, Children of Bodom, Arch Enermy, Amon Amarth, etc.) no me suele atrapar el Metal extremo (seguramente por razones de estoicismo sonoro, por ser una verdadera construcción altamente compleja y alejada de los sonidos en los que crecemos en los entornos convencionales; me gusta y disfruto del Death Metal melódico, técnico o incluso del Brutal Death Metal o el Black, pero mi conocimiento en la materia es enormemente escaso, principalmente porque escucho otros estilos de música, como el rock clásico o la mencionada música académica o culta, a la que me aficioné de manera autodidacta vía YouTube y Spotify). Pero Gojira ha pasado automáticamente de ser unos perfectos desconocidos para mí a mi probable segunda banda favorita de éste fascinante subgénero tras Behemoth. Mi amigo y compañero en éste concierto, Carlos, músico de profesión (las conversaciones con él, incluidas aclaraciones académicas en torno a dudas musicales de mi compositor favorito de todos los tiempos, el inigualable Ludwig van Beethoven, o mi canción favorita: "New York City Serenade" del primer Springsteen, que a mi juicio es la mejor canción de todos los tiempos, de cualquier género y época, son, sin exageración, de los mejores diálogos que he tenido nunca el placer de compartir; se nota cuando hablas con alguien que verdaderamente sabe de lo que habla y a la vez es una bellísima persona) estaba absolutamente cautivado con la calidad técnica del batería, Mario Duplantier. 











   Es imposible describir ese espacio y ese techo circular, iluminado como una ingente nave espacial cuando domina la noche. Ni las imágenes de Internet sirven para hacerle justicia. Imagínense estar a uno o dos metros de escenario, girarse 180º para ver a 54.000 seres y mirar a lo alto y ver el inefable límite circular sobrevolado por dos helicópteros a eso de las 21:05, a pocos minutos de empezar el concierto. No recuerdo si se me saltaron las lágrimas, pero esos segundos no los olvidaré nunca. Me explico por si alguien no lo entiende: Bruce Dickinson no sólo es uno de los mejores vocalistas y uno de los mejores showman y animales de escenario: también es piloto de aviación, maestro de esgrima, escritor, empresario... Un pedazo de cabrón, vamos. Cuando la gente critica el Metal y acusa a los amantes de esta música de infantiles, de bárbaros, de zumbados o de bichos raros hay que contestar un par de hechos objetivos que le rompan los esquemas y los argumentos a cualquier idiota. Como éste (pero, como decía un conocido, si resucitase el mismísimo Aristóteles e intentase convencer a un ignorante, a un fanático, a un analfabeto o un pobre ser presa de la idea fija, no lo lograría).








  El sonido es para mí la columna vertebral de un concierto. Y, al menos, en ese espacio tan privilegiado (horas de espera, sol de justicia; sarna con gusto no pica) en el que estaba junto a Carlos y Javi, entre otros (también me encontré a una gran persona que conocí en el concierto de U2, hace ahora un año justo, el 18 de Julio de 2017), fue ligeramente pasable con Sabaton y Gojira, pero insuficiente y con una nitidez que brillaba por su ausencia. Era lógico, pues eran teloneros y en un estadio. Pero, por arte de magia, y obviando las tres primeras canciones, el sonido de Iron Maiden me hizo extremadamente feliz y, al fin, lo que ansiaba mi pobre corazón: sonaron las guitarras. 

  Los vídeos que pondré a continuación no son míos. Las primeras tres canciones fueron una batalla campal, digna de ese escenario militarizado, camuflado como si estuviéramos en una guerra fraguada en el ardor del siglo XX, la época más violenta y sangrienta de la historia de nuestra especie. Junto con Einstein, Winston Churchill ha sido calificado como la persona más importante del pasado siglo. La transición entre su épico y afiladísimo discurso con la incombustible y genial "Aces High", una verdadera máquina inclemente de Heavy Metal, era la manera más soberbia imaginable de empezar la ceremonia. Confieso haber visto muchísimos vídeos de YouTube comparando el empiece en un festival de día o en un pabellón, con todo el espectáculo luciendo, y sentir una terrible lástima por saber que mis primeros minutos frente a Iron Maiden en 2018 iban a ser mediocres en comparación con los shows de pabellón. Ahora, señores, la transición entre el día y la noche y la actitud soberbia de la banda, hicieron que olvidase por completo ese detalle. Ahora, es más, me alegro de que empezase con el sol aún en el cielo de Madrid. 

Así empezó uno de los mejores conciertos de mi vida:









  
  Como he comentado, comento y comentaré, resaltándolo insistentemente, el sonido, al menos, en la cuarta o quinta fila en que me hallaba, delante de Adriam Smith y Dave Murray (no quería ponerme delante de los guitarristas sino del eterno líder y uno de los mejores bajistas que ha dado la música, el inimitable Steve Harris, pero ya lo hice en 2013 y las circunstancias dieron que optase por esa zona, y no me arrepiento en absoluto: todo lo contrario), fue hercúleo, sólido, compacto, potente. Hubo momentos en que parecía más una bola de ruido empastada, pero eso, desgraciadamente, ocurre con más frecuencia de la deseada en los conciertos. Pero lo que marcó la diferencia fue que, en los respectivos solos de cada miembro o en los gloriosos "Scream for me, Madrid!" de Bruce Dickinson (un punto y aparte para este tío, al que considero no únicamente una de las mejores voces no sólo del género sino en general; también me parece un showman de un calibre tal, que me parece una injusticia y prácticamente un insulto a la inteligencia que no se le suela nombrar como "mejor showman de la historia" como sí se hace con Freddie Mercury o Mick Jagger, cuando no les tiene nada que envidiar. Pero nada.) subían el sonido del músico protagonista en dicho momento y la cosa sonaba de lujo. Inolvidable el solo de batería de Nicko McBrain en "Hallowed Be Thy Name" (solo que yo toqué al aire, celebrando los años de espera por escuchar esta puta obra maestra en directo), los solos de Murray y Smith (o me pareció a mí o no tengo ni puta idea de guitarra, pero los vi tocar como nunca; en cambio, al pobre Gers parece que ni lo enchufaron...) y, sobretodo, la indestructible y heroica voz de Dickinson, que no soy el único que piensa que cantó de una manera soberbia, infinitamente mejor que las anteriores veces en que tuve el honor de estar frente a Iron Maiden. Qué hijo de puta. Qué grande es. Y, "last but not least", el líder, el fundador, uno de los mejores bajistas de Metal de todos los tiempos (y, a mi gusto, uno de mis bajistas favoritos en general, por no decir mi segundo bajista predilecto, tras el inmortal John Deacon). Imposible no levitar al verle a escasos metro y medio o a la distancia a la que estuviese. Tan humilde, tan buena persona. Como dijeron en la larga pero intensa espera, "Steve es Iron Maiden". Y, como tal, siempre ha sonado fuerte, pero, ésta mi tercera vez, aún más. Y en vez de resultar su bajo tan plano y metálico, había pasajes instrumentales en que desprendía una rabia y una oscuridad genial comparable y hasta superior a la que se palpa en los discos de estudio. No sé a ciencia cierta cómo sería el sonido para otras personas, en otros lugares. Yo, personalmente, quedé bastante satisfecho. Y, a tenor por lo hablado con muchas personas (incluso en el metro, con gente que estuvo en las gradas), también en los kilómetros a la redonda (¡no será tanto, pero qué inmensidad de estadio!). 






  La elección de canciones ha llevado a calificar el setlist por muchos seguidores de la Doncella como una maravilla. Opino exactamente igual. Uno de los mejores setlist que han llevado nunca. Clásicos infalibles, incombustibles, varias de las mejores canciones de todos los tiempos, capaces de levantar al unísono un estadio (¿cuántos hacen eso?), junto a verdaderas joyas de su extensísima y excelsa discografía. Las cinco canciones que más tenía ganas de escuchar, en el orden en que las tocaron, fueron: "Where Eagles Dare", "The Clansman", "For The Greater Good Of God", "Flight of the Icarus" y "Hallowed Be Thy Name". De éstas cinco, tres no conocía cuando leí el setlist al comenzar el "The Legacy of the Beast" (las tres primeras). Me fascinaron de una manera tal, que las consideré de inmediato como tres de las mejores creaciones de Maiden. La parte instrumental de "Where Eagles Dare" es una pura definición de lo que es la técnica y la maestría musical; "The Clansman" y ese  estribillo en que se respira una espesura tan profunda como el amor a la libertad de la raza humana y que ha hecho que el estribillo que reza la palabra "Freedom" (elevada a fenómeno cósmico en directo, gracias al público español) sea una de las mejores y más impactantes cosas que he vivido nunca en un concierto; "For the Greater Good Of God" es un monumento de arte que corta la respiración, con innumerables cambios; "Flight of the Icarus" siempre fue una de mis canciones favoritas de la Doncella, y, cuando leí el setlist, fue el principal asombro y finalmente causa por la que me aventurara a conseguir una entrada de pista; "Hallowed Be Thy Name" es tan especial para mí (y para millones de personas) que la voy a reservar para luego. Sí, las tres que nombro (y "The Wicker Man" y "Sing of the Cross") no las conocía. Me encanta Iron Maiden pero nunca he sido un devoto religioso, a pesar de conocer muchas de sus obras, tener dos DVD's de ellos y haber asistido a dos conciertos. Todo esto ha cambiado y ahora sí que lo soy. Imposible no rendirse ante la alarmante calidad musical de muchas de sus mágicas creaciones. Hay que estar sordo para no sentir emociones orgásmicas con muchas de sus celestiales canciones. Nunca entenderé que tanta gente que ama la música desprecie el Metal o a Iron Maiden, cuyos primeros siete discos son al Metal lo que la sucesión final de los Beatles al Rock. 

   Desgranar cada canción es algo que merecen todas y cada una de las canciones del concierto. A la salida, me preguntaron con qué momento me quedaba. Dije: "suelo decir X o Z pero, en éste concierto, TODO. Ni un puto bajón". He de resaltar de manera especial esas cinco que nombraba, "Aces High", "Revelations", "Sing of the Cross", "The Number of the Beast" o "The Evil That Men Do", pero es imperdonable dejarme fuera los clásicos masivos, infalibles, perfectos ("The Trooper", "Fear of the Dark", "Run to the Hills", etc.); pero, si realmente tengo que ser sincero, incisivo y coherente, en frío, con perspectiva y realismo, "Flight of the Icarus" y "Hallowed Be Thy Name" fueron demasiado para mí. Memorables. Mi vídeo en 4K del "Flight of the Icarus" entero ("Piece of Mind" fue el disco más representado en el setlist, cosa que agradezco bastante, y cuya presencia musical se vio celebrado también por un fan de una altura considerable que llevaba una careta de Eddie de aquella portada grandiosa y que se hacía fotos con todos los pesados que iban a él, entre los cuales yo) con mis comentarios, salidos del alma, al principio y al final, confirman que fue, sin exageración, uno de los mejores momentos que he vivido nunca en un concierto. 

  Ha sido una especie de pesadilla lo que he padecido con "Hallowed Be Thy Name". Merece un párrafo aparte. Mi tío, un gran aficionado al rock sureño y muy entendido en el rock americano en general, coleccionista de vinilos, me puso el "Best of the Beast" allá por el 2009, con unos trece añitos en mis venas. Pero ésta maldita creación del más allá, sobrehumana en su dimensión cuasi onírica y opiácea, palpitó profundamente en mis entrañas. "No van a volver a hacer algo así en su puta vida", decía. Es su forma de hablar. Y, quizá, no sea su mejor canción (eso es imposible de elegir cuando uno conoce tantas y tan buenas canciones forjadas por éstos dioses, y quiero escuchar TODO ahora) pero siempre fue la más especial para mí (o, al menos, hasta 2014, más o menos, en que ese trono se lo quedó "Seventh Son Of A Seventh Son", la canción homónima a este disco de matrícula de honor). Recuerdo ir por el centro, con trece añitos, con los amigos del instituto, los que teníamos gustos musicales infravalorados, minoritarios, pero, sin duda, mucho mejores. Me acuerdo discutir con ellos en el bus de vuelta al barrio cuál era la mejor canción y siempre decían los himnos: "The Trooper" o "Run to the Hills". Grandísimas ambas, pero "Hallowed Be Thy Name" es una puta obra monumental, calificada como la posible mejor canción de Heavy Metal. Voy más allá: una de las mejores canciones que he escuchado en mi vida. En mi primer concierto de Iron Maiden, en el Sonisphere en 2013, iba en el metro hablando con mi viejo amigo Sergio ("Ramones" para los amigos) y, al mencionar que no tocarían esta joyita en el "Maiden England" que vi en 2013 y 2014, una chica se dio la vuelta cabreada y sorprendida: "¿¡Que no tocan "Hallowed Be Thy Name"!?". Luego me hice amigo de ella. Y, mucho tiempo después, cinco años, he podido presenciar POR FIN "Hallowed Be Thy Name" en directo, a un metro del escenario y de estas divinidades musicales. 

  Imposible no hablar de las demás canciones (muchas de ellas verdaderos himnos, otras joyas estructuradas con la arquitectura musical que sólo los genios saben construir); de la impactante representación melodramática y ocasionalmente lúdica que siempre renueva Iron Maiden en cada gira, en cada época, adaptándola y deformándola en base a los tiempos, los avances tecnológicos o el concepto que corresponda con la gira, pero siempre con el mismo armazón casi teatral que lleva definiendo los directos de esta bestia. El "The Legacy of the Beast" de 2018 será una gira que quedará en la memoria de millones de personas, sin duda.

  Como confesé anteriormente, fue quizá a la desmesurada resaca y recuerdos de los conciertos extraordinarios de Helloween y Metallica hace poco, ambos también de matrícula, en que me ha dado de nuevo por esta obsesión genial que es el Metal. Y, junto con el impulso infinito de "Flight of the Icarus" o conocer en persona el Wanda Metropolitano (infinitamente mejor de lo esperado), me dio, inexplicablemente, más fuerte que nunca por Iron Maiden. Hasta el punto de que, sin saberlo, cuando compré la entrada de pista a finales de junio, fui al Fnac de Callao y, al subir las escaleras, vi la reciente autobiografía de Bruce Dickinson; recordé el libro Iron Maiden en España, en el que salía Fernando "Lord of the Flights" y rememoro hojearlo y leerlo en la Casa del Libro hace pocos años.






  Me muero de ganas de escuchar ahora su discografía al completo, en orden, leer cada una de sus letras y cada uno de los libros que he comprado. Esas tardes innumerables con los amigos de instituto, gritando el "like an eagle", pensando que, en la canción, Dickinson dice "señor batman, eres gay" o "yo follo más que tú" en "The Trooper"; ahora, pese a mis pocas expectativas con el concierto, confieso despertarme cada mañana, ver mis vídeos, y siempre, siempre, suelto una lagrimilla. Tengo una depresión post-concierto que me ha sucedido muy pocas veces... Me hace mucha ilusión coincidir casi siempre con mi página musical favorita, Blogofenia, en la que le da tres de cinco estrellas a ese concierto del Sonisphere en 2013 pero cinco de cinco al del Wanda Metropolitano en 2018. 

  Así era yo hace cinco años, con diecisiete primaveras. Un verdadero "The Clansman".






 Podría extenderme mucho más. Realmente esto no lo escribo para que lo lea nadie. Lo leeré yo y con suerte una o dos personas más. Si me esfuerzo de manera vehemente y entusiasta no es para que caiga en saco roto cuando casi nadie lo lee. Eso me da igual. No perdería el tiempo si fuese mi único objetivo. Cuanto más haces algo mejor lo haces, por eso escribo cuanto más mejor. Y  lo quiero releer dentro de algunos años y revivir el concierto, como hago con todos los vídeos que realizo con pasión concierto tras concierto. En noviembre del año pasado me compré un móvil de última generación para poder grabar con calidad los conciertos. Ahora he logrado grabar en 4K y medio concierto de Iron Maiden en el Wanda Metropolitano, en cuarta fila, está en mi cuenta de YouTube. Berreo como un vikingo poseído en ellos pero... es que si te metes en foros, en páginas dedicadas a Iron Maiden, muchos fans que comentan y llevan decenas o más conciertos de la legendaria agrupación a las espaldas aseguran que el del Wanda Metropolitano ha sido el mejor concierto que han visto de Iron Maiden. Es una suerte inmensa haber vivido algo así. Por cierto, como anécdota, en Bilbao conocí a Fernando "Lord of the Flights", uno de los fans más internacionales de Iron Maiden. Más de doscientos conciertos por todo el mundo y, además, una gran persona. Estuve horas hablando con él, a la noche, de vuelta en el autobús y una vez llegados a Madrid de tan extraordinario viaje. He coincidido con él en los conciertos de Slayer y Anthrax, en Metallica y no recuerdo si alguno más. Me reconoció siempre y me dijo que el de Bilbao fue el mejor concierto de aquella gira, que revivía el histórico "Seventh Son Of A Seventh Son", mi probable disco favorito de Iron Maiden. Bilbao me encantó pero estaba a unos quince metros de ellos y estoy muy mal acostumbrado a ver siempre los gestos, los ojos, el cuerpo o el sudor de las leyendas a las que amo. Me acordé mucho de él y me muero de ganas de volvérmelo a encontrar y preguntarle qué le ha parecido ésta apoteosis vivida en el nuevo estadio de Madrid. 

Éstos son todos mis vídeos del concierto. Disfruten:

































































  La panorámica nocturna de las inmediaciones del Wanda Metropolitano bien entrada la noche, con más de cincuenta mil personas saliendo en éxtasis de un concierto histórico, es una de esas imágenes que se le quedan a uno grabadas para siempre en la retina. Como lo vivido dentro del monumental estadio. Gracias Bruce, Steve, Dave, Adrian, Nicko, Janick...  os iréis, pero, por favor, no tengáis prisa. Os queremos.