sábado, 15 de junio de 2024

Bruce Springsteen: Madrid 14/06/2024

 

 

  Hay momentos en la vida de una persona en que todo parece fluir y encadenarse como en un sueño o una película. Momentos absolutamente indescriptibles y que no logras creer ni aún después de haber sucedido. He visto a Springsteen cuatro veces -lo que me ha podido permitir la edad y la condición económica- y mi fanatismo por lo que yo denomino el “auténtico Springsteen” llegó a ser tal que ver en directo esa versión relativamente descafeinada, verbenera y populista tornaban la experiencia en algo agridulce. Ayer vi el concierto de Springsteen que llevaba soñando con ver desde hace más de diez años. Doce desde la primera vez que lo vi, con dieciséis añitos y terminando la E.S.O. Un momento vital en la vida de cualquier ser humano en que se conjugan los sueños románticos y las desilusiones de la vida.

   Aquel concierto en el Bernabéu el 17 de junio de 2012 fue absolutamente histórico. Era mi primera vez con el astro del rock y su gloriosa E Steet band y resultó ser el concierto más largo de su carrera superando uno hace décadas. Parecía imposible haber estado ahí y haber sido testigo de algo así. Hubo algunas joyas para fanáticos y momentos deslumbrantes. Caí rendido pero algo me faltó. Una noche de esas que a veces hace Springsteen y sólo Springsteen sabe hacer. Una noche cuya faceta más auténtica y musical brillara al más alto nivel. Al año siguiente viajé a Gijón y oí algunas canciones que justificaron todos los males (Drive All Night, Rosalita o Ain´t Good Enough For You) pero era inevitable comparar el setlist de aquel 26 de junio de 2013 con los que hacía aquellos días en otras ciudades del mundo. En el Wembley de Londres hizo entero el Darkness On The Edge Of Town y creo recordar que justo en el concierto anterior al mío en Gijón hizo lo mismo. Prácticamente medio mes tras Gijón hizo en Roma algo insólito e impensable: tocar New York City Serenade por primera vez en Europa y además varias canciones del The Wild y otras tantas joyas difíciles y tan valoradas por los fans pata negra. Creo que merece la pena contar que The Wild es mi disco favorito de Springsteen y New York City Serenade fue durante años mi gran canción favorita. Aquella noche sonó con varios violinistas de Ennio Morricone. Uno puede llegar a comprender, espero, por qué en mis pocas y ansiosas incursiones en vivo sentía una relativa decepción.

  Mi tercera y última hasta el día de ayer remató hasta lo desesperante mi dolor inexplicable como amante de la música y obra de Springsteen. Prometió una gira con The River entero, un disco sublime y soberbio de veinte canciones, muchas de ellas casi imposibles de oír en un concierto. Cuando la gira saltó el charco y empezó en Europa la cosa cambió y se diluyó irónicamente como arrastrada por un río. En Barcelona hizo doce canciones del santísimo doble disco pero hasta siete del muy diferente y menor en calidad musical que es Born in the U.S.A. Pero en Madrid bajó el río a siete únicas incursiones y hasta nueve fueron las concesiones verbeneras y festivas del archiconocido disco del 84. Todo ello, sumado a un pésimo sonido y a un Springsteen en horas bajas (todos somos humanos y no fuimos pocos los que pensamos que aquella noche le sucedió algo malo a Bruce) hizo que ni el hecho de ver el concierto en primera fila y poder tener la oportunidad de tocarle y encima ser agasajado con su púa, dada en mano por el propio Bruce, truncaran las cosas. Fue tal mi debacle emocional con The Boss que pasé años y años apenas sin oírle.

  Ocho años después, con pandemias y guerras por el camino, y con setenta y cinco venerables años, volvió a girar por el mundo con la insuperable E Street Band y en 2023 hizo doblete en su amada Barcelona. Ni una noche en Madrid. A finales de año se anunció una segunda parte de la gira y ni una ni dos sino tres fueron las citas en mi ciudad. Ninguna ciudad de la gira tenía tantas paradas. No lo creía. Cuando Springsteen hace doblete en una ciudad la segunda noche suele ser mucho más especial para los fans, esencialmente por esa abundancia de cambios y joyas inesperadas. Estuve desde fuera del Metropolitano oyendo el concierto pero este segundo asalto lo viví en las primeras filas frente al escenario y se han conjugado todos los milagros imaginables e inimaginables. Ni en mis sueños más húmedos pensé que algo así sería posible. Que viviría por fin una noche de las que hablaba.

  Empezar con Something In The Night vale lo que solo un seguidor de verdad puede comprender. Solo ha empezado con esa canción un par de veces en la vida. Encadenar la soberana sorpresa con hasta siete concesiones al Darkness on the Edge of Town, tocar mi amada The Ties That Bind, presenciar en vivo una canción nunca antes tocada en directo como The Power of A Prayer o vivir por fin la gloriosa Backstreets… El resultado es inexplicable. Inenarrable. Inefable. El shock fue tal que yo, un fumador empedernido que se había liado unos quince cigarros para tenerlos hechos -el placer de fumar en un concierto o festival es grande- no es que no fumara ni uno, es que directamente se me olvidó la existencia del tabaco.

  He visto muchos conciertos para mi corta edad. Llega un momento en que uno comprende que no tiene sentido comparar pero es que esto ha sido incomparable. Por las razones empíricas y absolutamente inapelables, implacables que he dicho. AC/DC, los Stones o U2 (por citar otros colosos de estadio) pueden ser sublimes pero al lado de lo que hace Springsteen todo es una broma. Sencillamente. Por no hablar de la duración, la intensidad, la inmaculada pléyade de casi veinte músicos o la energía y todas esas cosas que todo el mundo sabe. Esa capacidad de sorprender y emocionar a miles y miles de personas de todas las edades y criterios y nacionalidades. Esto es otra cosa. Ni mejor ni peor. Simplemente en otro peldaño. Otro tipo de ceremonia, con una autenticidad, honestidad, humanidad y calidad musical capaz de, al mismo momento, enloquecer a masas y masas de almas y a gente selecta cuyo criterio es exigente y prístino.

   No sé qué más se puede añadir. Fui al concierto con mi amado hermanito. Él, de veinte años, ha tenido el privilegio de ver a Roger Waters, a los Stones, a TOOL, a Björk o The Mars Volta. Cada cual un artista sobresaliente. A la salida me confesó: “este es el concierto más concierto que he visto”. Yo ansiaba vivir alguna de esas noches históricas en que parece que todos los planetas y constelaciones y en último término galaxias enteras se conjugan y todos los dioses y demonios explotan al unísono en el mismísimo Big Bang de la música. Y la he vivido. Y sigo sin creérmelo.
































martes, 3 de agosto de 2021

Dylan - 'Cross the Green Mountain

  Cuando escuché por primera vez esta tremenda, cruda y maravillosa canción no sabía que el vídeo oficial de YouTube estaba recortado y de los tres minutos cinematográficos que le llevan a uno a transitar, a vivir o a luchar en la guerra de secesión americana (o norteamericana) se pasaban a más de ocho en la versión de estudio.

La letra es terriblemente profunda. Cáustica. Puramente Dylaniana. Al principio estaba convencido de su significado histórico y político. Investigué en mis libros, en Internet; curioseé de manera casi académica (aunque le tenga uno cierta aversión a la palabra) y profesional en la mejor edición de las letras escritas por el Shakespeare del S. XX/XXI y me maravillé por la creciente cantidad de referencias y datos que enjulan cada una de sus frases y conceptos.

Resulta (no sé si al escribir mi investigación acerca de una de las mejores poesías y músicas del orbe cometo una incoherencia de tipo intelectual y de derechos de autor) qué según la edición de Simon & Schuster -la mejor, al menos que yo sepa- las conclusiones de cada uno de los lamentos de sus fraseos se triplican en el tiempo y en el espacio y uno navega por el sur de Croacia, por su geografía y sus poemas heroicos, descubre a Maja Boskovic-Stulli y a Dimitri Segal; por Kosovo y las ficciones Serbias, por la guerra civil de 1.360 o por el folklore de los eslavos meridionales.

Finalmente llego a una inevitable conclusión: los que afirman con rotundidad dogmática y académica que Robert no se merecía el Nobel podrán saber mucho de literatura y de la vida, pero no tienen ni puta idea de la vida y literatura de Zimmerman.







https://vimeo.com/235950593

lunes, 26 de octubre de 2020

Escritos musicales - Bruce Springsteen: Letter To You (2020)


   ¿Pero esto qué es? ¿Esto qué es?... ¿ESTO QUÉ ES? En el transcurso que iba de 2012 a 2014 estaba convencido de que Bruce Springsteen -al menos el Bruce que iba del 73 al 81 y los discos recopilatorios de descartes "Tracks", "The Promise" o "The Ties That Bind: The River Collection"- era el mejor músico y compositor de la edad contemporánea. Ahora no está ni en mi Santísima Trinidad, formada por Bob Dylan, Leonard Cohen y Van Morrison, y precisamente por todo lo que vino después del 82, cuando el auténtico Bruce murió como artista y como músico y de sus cenizas emergió el titán del rock de estadio en que se convertiría, devorado unánimemente por todos los demonios que al mismo tiempo que llenaban su cuenta corriente despojaban de todas las musas al que una vez fue, y durante una década, el más grande. No es una exageración afirmar que esa sucesión de discos que conformaban sus primeros nueve años y la inmensidad de descartes gloriosos que emanaban de las sesiones de cada uno de ellos me retorcían el corazón aún más que la inefable progresión de grabaciones de los últimos Beatles (desde "Rubber Soul" a "Abbey Road") o los mejores momentos de Dylan, cristalizados en cumbres inigualables en la música moderna como "Highway 61 Revisted", "Blonde On Blonde" o "Blood On the Tracks". 

   Pero Dylan, cuyos trabajos de estudio desde el 97 ("Time Out of Mind", "Love and Theft", "Modern Times", "Together Through Life", "Tempest" y "Rough and Rowdy Ways") resultan una progresión de sobresaliente tras sobresaliente y en todas sus décadas, -incluida en la defenestrada e infravalorada que se desarrolla en los 80-, se pueden encontrar discos y creaciones de una calidad única que sólo Robert Allen Zimmerman puede lograr; o un Leonard Cohen cuya trilogía final ("Old Ideas", "Popular Problems" y "You Want It Darker") roza el cielo y su obra anterior no baja de esa altura sublime; incluso un Van Morrison celestial y soberbio hasta en el decurso de su vida, tras unos setenta, ochenta y noventa gloriosos donde se funden los estilos y uno paladea con todos los sentidos una música onírica plagada de maravillas que son capaces de torcer el tiempo y unas últimas dos décadas en que, aunque se haya acomodado y muchas veces sientes que estás escuchando la misma canción, no baja de una claridad meridiana a través de unas composiciones de calidad indiscutible -"caviar sonoro" he calificado siempre al ingenioso cosmos musical del norirlandés-. 

   Nada de eso le pasó a Springsteen. Ni remotamente parecido. Tras "Nebraska" llegó el disco que rompió todos los récords y le abrió la puerta de todos los estadios de la tierra. El mundo entero aclamó un disco cuyas canciones, a excepción de un par de ellas, palidecían de una manera asombrosa respecto a las centenares de maravillas de antaño, proyectadas encima con una producción hortera y cochambrosa, signo de los tiempos en que fue bautizado. Le siguió un disco mucho mejor como es "Tunnel Of Love" pero que seguía resultando absurdo del músico que fraguó prodigios como "The Wild, the Innocent & The E Street Shuffle", "Born to Run" o "The River". Se casó, tuvo hijos, se hizo millonario y sacó discos bastante decentes, cuyas versiones con la E Street Band (como el "Local Hero" de Leeds en 2013 o el "Roll of the Dice" de Uncasville en 2014) presagiaban que podría haber salido de ahí algo mucho más digno; luego, regresó a los terrenos áridos, austeros y crudos de "Nebraska" con un gran disco como "The Ghost Of Tom Joad" y más tarde, lo inevitable: vuelta al gran teatro del mundo con la E Street Band y unos discos mediocres y cortoplacistas que satisfacen de manera muy infrecuente -"una vez al año no hace daño" me refiero a ellos siempre-. Curioso que muchos pensemos, entre los que me incluyo, que lo mejor que hizo en el siglo XXI fue "We Shall Overcome - The Seeger Sessions". Irónico a más no poder que precisamente ese fuese un álbum de versiones. Eso lo decía todo. "Magic" o "Wrecking Ball" parecían estar un pelín más cerca de la frontera de su glorioso pasado pero, seamos sinceros, siguen siendo discos menores y que llevo años sin oír. 

   Entonces surgió el milagro: "Western Stars". La polarización con este regalo del destino es asombrosa: hay gente, -mucha gente, muchos fans- que lo tilda sin tapujos de ser una basura pseudo-country, artificial, engañosa, vulgar y convencional, y otros (entre los que me incluyo sin el menor género de dudas) que fuimos hipnotizados hasta el tuétano con un pasmo protentoso ante una preciosidad inesperada que desgraciadamente no tuvo una gira con una conjunción de músicos ajena a la E Street Band como la que interpretó formidablemente el disco en su totalidad y orden en una filmación que acabó saliendo en cines -versión, por cierto, mucho mejor a juicio de demasiados corazones afines al mundo de la música, con arreglos musicales preciosistas y tejido por una red de músicos que conducían la encadenación de canciones por aguas clásicas, hilvanadas con retazos folk, country o incluso de un pop absolutamente exquisito, elegantísimo y frugal-. Pronto llegué a considerar a las estrellas occidentales las más brillantes constelaciones Springsteenianas en años, décadas incluso; desde "Tunnel Of Love". Pero nada me hacía elevar las expectativas repentinamente y ni en lo más proundo de mis sueños vi venir una explosión cósmica cegadora cuyo rayo me fulminaría en pleno 2020 como aquel Bruce primero del cual me enamoré. 






   Quizá el punto de partida sea la clave para contar historias tan profundas y verdaderas como la obra que ha dejado Bruce Springsteen para la posteridad. Rastrear con lupa de entomólogo las huellas de Springsteen a lo largo de cinco décadas es arriesgado y cada mente y corazón desembocaría en un mar de distinto país, de dispares coordenadas geográficas. Pero la opinión de los más sabios en esto de la música popular (término que detesto por resultarme en cierto modo despreciativo y arrogante, a pesar de considerarme un melómano absoluto que ama la música clásica muy por encima del resto de músicas de cualquier espacio y cualquier tiempo) realizan una valoración afín a la mía y consideran de una forma sólida que el Springsteen que de verdad merece estar ahí, junto a Dylan, Cohen, Morrison, Young o los Beatles, The Band, Pink Floyd, Queen o los primeros U2 es precisamente el que surcó el mundo en sus primeros años. El resto es una sombra, muchas veces alejada y mediocre que apenas se puede identificar con aquel joven Bruce que quería comerse el mundo y que, a su manera, lo hizo. Sé que muchos fanáticos, cegados por la pasión, discrepan sardónicamente de juicios así. Eso está bien, todos perdemos la razón con algunas cosas, pero hay que ser consciente de la realidad de lo intangible, a pesar de la subjetividad, a priori, del arte musical. 






   Realizar un perfil sintético y sublime de las apariencias mentales de ese primer Bruce en mi propio cerebro que logre conjugar a la perfección con la valoración de los más doctos es algo que ya habrán escrito muchos y mucho mejor y además me resulta difícil. Es imposible reflejar sentimiendos de una hondura tal como los que subliman de la escucha atenta de "New York City Serenade", "Jungleland", "Racing in the Street", "Drive All Night" o "Incident On 57th Street". Tengo claro que, en su conjunto, la obra de Springsteen ya no me conduce a los mismos rincones de la mente que en el pasado, como continúan haciéndolo la de Bob Dylan o Leonard Cohen o Van Morrison o Neil Young, pero sí pienso aún que la selección de las diez o veinte mejores canciones de Springsteen es aún mejor que la misma antología de canciones de los Beatles, Dylan o cualquier otro. Quizá ese fanatismo ilusorio sea ahora el que me ciegue a mí; es una afirmación quizá innecesaria y puramente subjetiva, pero sólo hay que escuchar los milagros sonoros citados o el "Kitty`s Back" de más de quince minutos de la versión en directo -hay un pro-shot magnífico de Perth en 2014 pero que, a mi juicio, no es la mejor interpretación de esa gloria fastuosa y sublime que ha hecho la banda en las últimas dos décadas-, o los descartes (incompresibles) tan sublimes como "Stray Bullet" o "The Fever" o "Thundercrack" o "The Promise" o incluso "Frankie" y "Restless Nights" y "Zero and Blind Terry". Y es que la razón de que recalque de manera tan obsesiva y neurótica su pasado en un escrito sobre su nuevo disco encuentra su argumento en los párrafos siguientes: 







   1 - "One Minute You're Here": la primera bala del disco resulta sorprendente en el mejor de los sentidos: es arriesgado abrir un disco así, dominado por el auténtico sonido de la E Street Band, por fin retornada de un ostracismo demasiado largo con décadas de grabaciones de estudio en que ya no sonaba a la E Street Band original, esa que fue considerada la mejor banda de rock de todos los tiempos (afortunadamente en directo siguió sonando casi tan bien como antes), aquella E Street Band verdadera e indómita, la innegable y probada por medio mundo como la banda definitiva en directo, cuyo director de orquesta (porque es una jodida orquesta de música moderna) no es sino el llamado "Jefe" unánimemente por todos los medios de comunicación del planeta y por todos los amantes de la música, desde los arcaicos y rancios que se quedaron en los sesenta y setenta a los a veces intransigentes y estúpidos aficionados de sonidos más duros como el metal y sus cuasi infinitos subgéneros pasando por los adoradores de los sonidos mainstream o los enamorados de la música más minoritaria y selecta. 

   Pero aquí estamos, ante una canción rabiosamente genial que abre el disco con un sonido que primero evoca a los desérticos parajes de la américa profunda tan bien narrados en "Nebraska", "The Ghost Of Tom Joad" o "Devils & Dust" para luego rememorar el refinamiento y la finura musical de "Western Stars" y revivir y fundir ambas identidades en una canción corta y sobria que emana belleza y contención al mismo tiempo y también asombro sensitivo. Valoré muy positivamente la pieza desde el primer momento. Automáticamente la amé, a pesar de recordarme en exceso (y quizá por eso) en la sucesión estructurada en tríada de "baby" a una de mis canciones favoritas de U2 y de todos los tiempos: "Ultraviolet (Light My Way)" -sólo en esa secuencia-. Istantáneo fue el flechazo con esta delicada pieza que abre un disco que me ha dejado en shock y cuyas razones detallaré lo mejor posible a continuación. 

   2 - "Letter to You": la hagiografía se desvanece temporalmente aquí. Y es curioso que así suceda en la canción homónima al disco y en el primer single que salió, pero como muchos sabemos, las canciones más radiables, mediáticas y conocidas que suelen formar los singles, suelen ser las peores del disco que en teoría representan. No obstante sé que a muchos encantará ese especie de puente entre dos geografías lejanas, entre lo acústico y lo tenue y de improvisto los baquetazos del sublime Max Weinberg (uno de mis baterías favoritos de todos los tiempos y todos los estilos) abriendo una canción de rock puramente Springsteeniana pero con un denominador que tiene más en común con los singles y los pop/rock estándar del Bruce del siglo XXI y su rácana y hasta cutre E Street Band de estudio de los últimos veinte años. Es una canción, a mi juicio, ordinaria. No está mal, pero tampoco es memorable. Es buena, pero, ¿cuántas canciones simplemente buenas, a secas, caen en el olvido con el decurso de los años? La inmensa mayoría.

   Incluso sus equivalentes de otros tiempos ("The Rising", "Radio Nowhere" o "Wrecking Ball") me gustan más sin parecerme ninguna de ellas algo que pueda soportar el paso del tiempo como "Blinded By The Light", "Rosalita", "Born to Run" o "Badlands". Claro, no te jode pensaréis muchos. Pero... ¿Y "Key West (Philosopher Pirate)", "'Cross the Green Mountain", "Thunder on the Mountain", "Beyond Here Lies Nothin'", "Tempest" o "Come Healing", "Lullaby", "Did I Ever Love You", "Born in Chains", "You Want It Darker", "On the Level", "Steer Your Way" o "Dark Night Of The Soul", "The Prophet Speaks", "In Tiburon", "Holy Guardian Angel", "Mystic of the East" o "Retreat and View"? Que no, coño, que no. Que "Letter To You" es una canción normalita, para saltar, para cumplir, con unos buenos baquetazos que levantarán a un estadio pero ya. Y si eres tan fanático de Springsteen que incluso algo así te parece buenísimo es que no tienes ni puta idea de música. Ah, y es un semiplagio de "Land Of Hope And Dreams", una de las mejores canciones del Bruce de los últimos tiempos. Sólo que con un sonido hiperinflado, artificial, vulgar. La batería de Max y las aportaciones (qué lástima más grande que sean tan roñosas y tacañas) del piano de Roy la salvan del insuficiente. Pero por poco.

  3 - "Burnin' Train": creo sinceramente que es de lo peor del disco pero, aún así, supera ampliamente a la anterior. Me parece curioso que la tercera canción del álbum lleve la palabra "Train" en el título como hacía la tercera del etéreo "Western Stars". No sé por qué, pero me recuerda a la etapa más desenfadada y festiva de Springsteen. Del Springsteen bueno. Me lleva a ciertas partes de "The River" y a los grandes momentos de "Human Touch" y "Lucky Town". Está bien, desde luego, pero me sigue sin parecer una maravilla. Una canción aceptable. Pero es ese desparpajo puramente auténtico que lleva la esencia más pura de Springsteen y la E Street y esas guitarras afiladas lo que harán de ella, espero, una buena canción en directo. Me encanta el final con Max en primer plano. 

  4 - "Janey Needs A Shooter": y es precisamente Max el que abre esta puta barbaridad y Charlie, sustituto del malogrado y amado Danny, continúa elevando la canción hasta las grandes cumbres musicales que Springsteen frecuentaba con tanta frecuencia, joder. Cómo se nota que, en realidad, es de los 70. Vale, tenemos a la prima fea de "Land Of Hope And Dreams" en "Letter To You" y aquí a la suegra de "Darkness On The Edge Of Town" haciendo la tijereta con "Atlantic City" en su versión en directo con la E Street. Vale, ¿y? Si el resultado me pone tanto, pero tanto, como hacía años que el señor Springsteen no lo hacía (qué coño: décadas), lo recibo con los brazos más que abiertos y dejando de lado, en lo posible, la intelectualización. Esto es más que suficiente. Mucho más de lo que nos esperábamos muchos. Sólo por esta canción merece la pena el disco, y aún vamos por la cuarta. 

  Pero es que ahí reside su esencia, la gran clave de esta canción: esa faceta de auténtica camaradería, de auténtico poder juvenil, de aquellos momentos de éxtasis de la E Street Band de finales de los 70 y principios de los 80. No exagero en absoluto si digo que esta regrabación es mucho mejor que cualquier canción del Springsteen post 82. Qué maravilla, qué pasión, qué orgía sensitiva. Este es el auténtico Sprignsteen coño. Esta es la auténtica E Street Band. Aun habiendo conocido de antemano los resultados de las regrabaciones de Springsteen en canciones antiguas como en el fabuloso "The Promise" el resultado aquí me enloqueció de una manera eléctrica e implacable como un torrente sin fin de fiesta, que en oleajes de puro rock va estructurándose en torno a la frase "A man who knows her style / The way that I know her style" hasta dirigir a la E Street Band hacia un auténtico ciclón musical que directamente eriza la piel y arranca despiadademente las lágrimas. 38 años hacía que una canción "nueva" de Springsteen no alcanzaba un clímax así. 

  5 - "Last Man Standing": no sé cuál hubiera sido la mejor manera de continuar algo así; si nos introducimos a lo más profundo de los sueños más húmedos de los fans de verdad de Springsteen y su banda quizá una buena idea hubiera sido una canción absolutamente nueva cuya composición igualase en calidad a sus mejores creaciones, pero eso es demasiado soñar, tratándose de Springsteen. Que nadie se espere un "Key West (Philosopher Pirate)", porque no lo hay. Dylan sigue creando obras maestras indiscutibles. Pero Dylan es el más grande en este mundo de la música moderna. Aun así la canción a la que corresponde el dudoso honor de continuar la orgía no fulmina el éxtasis de Janey y su pistola. Me evoca profundamente a la etapa de "Magic", el disco más válido del Springsteen contemporáneo según muchas voces autorizadas. Parece un descarte de ese hipotético mejor trabajo del de Nueva Jersey con la E Street del siglo XXI. Si es así, está bien tirado. Es inteligente realizar esta artimaña justo después de hacer lo propio pero remontándose más de 40 años atrás y no 13. Es una buena canción.

  6 - "The Power Of Prayer": quizá es que siento debilidad por el piano, por las canciones delicadas y profundas, lentas y melancólicas; quizá sea justamente por eso que esta canción me ganó prácticamente desde la primera vez y parece no decaer en las sucesivas escuchas. He leído críticas que hasta la han calificado de "ñoña". Bueno, todos sabemos la frase aquella de los colores y los gustos. Ñoño me parece la sucesión industrial y artificial de pseudomúsica que triunfa en los medios y en las radios. En España, mi país, los "músicos" más mediáticos y celebrados de los cuales mantendré por respeto sus nombres en el anonimato (pero no hace falta que los nombre) sí que son ñoños y vacíos. Pura azúcar. No me explico cómo semejantes bazofias triunfen sobretodo en mujeres y en chicas, cuando muchas son más avispadas que los hombres. 

 7 - "House Of A Thousand Guitars": la unión con la anterior representa una lógica musical harto inteligente. Me llama poderosamente la atención como ha sido vanagloriada a través de las redes sociales porm Springsteenianos conocidos y cuyo criterio respeto profundamente y admiro. Confieso que, aún gustándome a la primera escucha y aun habiéndola dado todas las oportunidades posibles en este intervalo de tiempo, no logro comprender la magnificencia de la canción, aun pareciéndome muy buena, y sin duda alguna una de las mejores composiciones realmente nuevas del álbum. 





viernes, 23 de octubre de 2020

Para Tangerine Flavour - Only another song of life

   

   Hace tiempo que quería escribir algo corto, pero fiel y preciso, respecto a la que sin duda alguna se ha convertido en mi banda española favorita. Llevo viéndolos en directo ya cinco años con una emoción a caballo entre la audacia y la pasión. Y cada vez que vuelvo a casa tras un nuevo concierto me doy de bruces con una realidad absolutamente imprevisible y que, sin exagerar, no me ha dado ningún artista internacional: cada vez son mejores. No importa cómo, cuándo, dónde. Cierto es que guardo algunos conciertos más en mi memoria que otros, como aquel de Coslada en un antro alejado de la mano de Dios en donde estuvimos, como mucho, cuatro personas. Para mí fue especial verlos en esas condiciones. O uno en 2018 con Julie tras los parches en un pueblo casi tenebroso a altas horas de la madrugada. Pero sin duda el mejor fue, siguiendo la máxima que confieso me ha arrebatado mi corazón musical, el último que pude ver: en la sala Clamores. 

...

   De una manera insólita, llevado por las ilusorias musas de la inspiración que parecen iluminar en ocasiones a cualquier ser humano, me lancé como un torrente desbocado a escribir lo que pretendía fuera una gran canción, al menos una gran canción con una gran música para mi mente. El detonante fue la palabra "prostitute" en voz de Dylan en su gloriosa "Key West (Philosopher Pirate)" de su último regalo del destino errante. De ahí comencé a añadir más y más versos, frecuentando el diccionario para ampliar un vocabulario que, aunque tenía, había olvidado. No es de extrañar que alguien arranque estos trucos para crear o modificar una supuesta invención cerebral: Springsteen mismo confesó escribir la primera canción de su primer álbum, la implacable "Blinded By The Light" con un diccionario de rimas al lado. También es famosa la frase aquella -unos dicen que fue Picasso el que la dijo y otros que T.S. Eliot y seguramente habrá más versiones rondando por ahí- que decía: "los mediocres imitan, los buenos roban".


Those ashes of your cigarette

made me remember the story of a girl riding on her corvette

the way that she made me forget everything I know

about the laws of love

 

Like a labyrinth of rhymes

Molten by an ancient fire

I walk among the ruins of our time

looking for the brightness of the human mind

 

Through the altars you created

I thought it was some kind of pain

In the palace of your face

Beneath the visions that remains

Within the sham love that we made

Between the bogus lines of the sand

 

Now I understand that you did what you wanted

With me

In the history of mankind

Or in the heroic story of women who begin life

Until they dismember her cruelly as much as they can

 

Because the ashes of this last smoke

Turn in on the souls of our fears

We are only pawns in the game of life

Who believe they were different from the rest pawns at the end


viernes, 22 de noviembre de 2019

Escritos musicales - Leonard Cohen: "Thanks for the Dance" (2019)



Valoración: matrícula de honor



   No sé cuántos conciertos he visto a la corta edad de 24 años. Más de cien. Cantidad y aún más calidad. Música, generalmente, internacional. Heterodoxia artística, buceando en géneros musicales con tanta disparidad y libertad como el que navega en la red en busca del conocimiento infinito. Sin cerrarme ni atarme a modas o prejuicios. Y, aunque él fuese el tercero al que vería, aunque él fuese el primero en morir cuando ya llevaba años escuchándolo con devoción y viendo conciertos de los mejores, siempre, desde el primer instante prácticamente, sentí un espasmo casi cerebral; un crujido flamenco y enraizado en lo más hondo de mis entrañas españolas. Nunca, jamás, ha bajado de mi Olimpo pasional, personal.

   Llevé años escuchando con intensidad y una inclinación a caballo entre el delirio y el arrebato la trilogía final formada por “Old Ideas” (2012), “Popular Problems” (2014) y “You Want It Darker” (2016). Cada uno una obra maestra, magna, tremendamente abisal y contemporánea al mismo tiempo. Como el arte más vanguardista rebautizado por la pureza prístina de las primeras civilizaciones edificadas en doctrinas panteístas que interpretaban y reinterpretaban el mundo, reflexionando sobre él. Cada una mejor y más docta que la anterior.

  No negaré que el disco que más escuchaba –y que además ha sido uno de los discos que más he escuchado jamás– fue el recopilatorio “The Essential” (2002 y publicado también un 22, como hoy se ha publicado su álbum póstumo), que contiene sus más emblemáticas, bohemias y comerciales (entiéndase en un sentido poco peyorativo) canciones. Los increíbles directos “Live in London” (2009), “Songs from the Road”, (2010) y “Live in Dublin” (2014) -cuyas reinterpretaciones musicales, en muchas ocasiones, me parecían aún más sublimes que las declinaciones abisales de su voz en las grabaciones de estudio- formaban una trinidad aún más frecuente para mis sentidos que la sucesión de grabaciones finales. Sí, la banda que llevó sus últimos años de vida, que lo acompañaba y arropaba cada noche de despedida, era sublime. Pero siempre he nombrado a Javier Mas como el posible mejor músico y guitarrista que he visto nunca.

 No es ahora el momento para nombrar guitarristas, tanto virtuosos como carismáticos, norteamericanos o británicos, eléctricos o clásicos. Pero este hombre, capaz de arrancar sonidos únicos, de hacer hablar a la guitarra española, la guitarra de doce cuerdas, el laúd, el archilaúd y la bandurria, me enamoró musicalmente de tal manera que incluso le ponía sus punteos e improvisaciones a mi abuelo malagueño, flamenco de corazón. Nombrar antes a Javier Mas que a Leonard Cohen, es precisamente el núcleo de mi reflexión sobre el nuevo trabajo. Lo he hecho así porque es eso lo que resalto de “Thanks for the Dance” (2019), al margen de que me parezca incluso más perfecto y precioso que mi adorada trilogía final. Llevaba años soñando con un disco de Leonardo en donde Javier tuviese un protagonismo tan alto y esencial como en ciertos momentos del “Grand Tour” (así se tituló en 2015 su hasta ahora último álbum en vivo). Ha sucedido por fin y ha sido tan bueno, tan intenso, tan efímero…

   No sé qué más puedo decir. No sé si quiero decir algo más. Es un trabajo corto, póstumo, preciso, fino, elegante, sobrio. Soberbio, como todo en Cohen. Ay, Leonardo… Llevo semanas escuchando de nuevo a Nick Cave, uno de mis músicos favoritos. Le vi en 2015 y le toqué la mano izquierda. Es de lo mejor que he visto nunca en directo. Pero Cave es tu hijo. Tu hijo más aventajado, tu mejor heredero musical. Pero tu hijo. Decías cuando le dieron el Nobel a Dylan que el mero hecho de dárselo al judío errante era “como ponerle una medalla al Everest por ser la montaña más alta”. Creo que esta última danza es como bailar en el Monte Olimpo de Marte, la montaña más alta del Sistema Solar. Gracias Leonard.